Dicen que la peli está culera. Yo no la he visto. Pero aún creo que la escena que transcribiré a continuación de la novela Plata Quemada es harto emocionante. Piglia ficcionalizó el hecho a partir de un montón de materiales de primera mano que lo documentaban. En la escena la banda de Malito está encerrada en un departamento completamente acorralada por la policía y el botín del atraco al banco aún está con ellos.
“Primero salió un humo blanco, por la ventanita del baño que se abría, como un ojo, en lo alto de la medianera. Una pequeña columna de humo blanco, contra la blancura de la niebla.
-Quemar plata es feo, es pecado. E peccato –decía Dorda, con un billete de mil en una mano, en el bañito donde se daba con la afeta, con un encendedor Ronson que le había achacado a una loca; lo prende y lo quema, se mira en el espejo y se ríe. En la puerta está el Nene, que lo mira y no dice nada.
(…)
Empezaron a tirar billetes de mil encendidos por la ventana. Desde la banderola de la cocina lograban que la plata quemada volara sobre la esquina. Parecían mariposas de luz, los billetes encendidos.
(...)
Si la plata es lo único que justificaba las muertes y si lo que han hecho, lo han hecho por plata y ahora la queman, quiere decir que no tienen moral, ni motivos, que actúan y matan gratuitamente, por el gusto del mal, por pura maldad, son asesinos de nacimiento, criminales insensibles, inhumanos. Indignados, los ciudadanos que observaban la escena daban gritos de horror y de odio, como en un aquelarre del Medioevo (según los diarios), no podían soportar que ante sus ojos se quemaran cerca de quinientos mil dólares en una operación que paralizó de horror a la ciudad y al país y que duró exactamente quince interminables minutos, que es el tiempo que tarda en quemarse esa cantidad astronómica de dinero (…) .La gente indignada se acordó de inmediato de los carenciados, de los pobres, de los pobladores del campo uruguayo que viven en condiciones precarias y de los niños huérfanos a los que ese dinero habría garantizado un futuro.
Con salvar a uno solo de los niños huérfanos habrían justificado sus vidas, estos cretinos, dijo una señora, pero son malvados, tienen mala entraña, son unos bestias, dijeron a los periodistas los testigos y la televisión filmó y luego transmitió durante todo el día la repetición de ese ritual, al que el periodista de la TV Jorge Foister, llamó acto de canibalismo.
-Quemar dinero inocente es un acto de canibalismo.
Si hubieran donado ese dinero, si lo hubieran tirado por la ventana hacia la gente amontonada en la calle, si hubieran pactado con la policía la entrega del dinero a una fundación benéfica, todo habría sido distinto para ellos.
(...)
Pero todos comprendieron que ese acto era una declaración de guerra total, una guerra directa y en regla contra toda la sociedad.
-Hay que ponerlos contra la pared y colgarlos.
-Hay que hacerlos morir lentamente achicharrados.
Surgió ahí la idea de que el dinero es inocente, aunque haya sido resultado de la muerte y el crimen, no puede considerarse culpable, sino más bien neutral, un signo que sirve según el uso que cada uno le quiera dar.
Y también la idea de que la plata quemada era un ejemplo de locura asesina. Sólo locos asesinos y bestias sin moral pueden ser tan cínicos y tan criminales como para quemar quinientos mil dólares. Ese acto (según los diarios) era peor que los crímenes que habían cometido, porque era un acto nihilista y un ejemplo de terrorismo puro.
En declaraciones a la revista Marcha, el filósofo uruguayo Washington Andrada señaló sin embargo que consideraba ese acto terrible, una especie de inocente potlatch realizado en una sociedad que ha olvidado ese rito, un acto absoluto y gratuito en sí, un gesto de puro gasto y de puro derroche que en otras sociedades ha sido considerado un sacrificio que se ofrece a los dioses porque sólo lo más valioso merece ser sacrificado y no hay nada más valioso entre nosotros que el dinero, dijo el profesor Andrada y de inmediato fue citado por el juez.
El modo en que quemaron la plata es una prueba pura de maldad y de genio, porque quemaron la plata haciendo visibles los billetes de cien que iban prendiendo fuego, uno detrás de otro, los billetes de cien se quemaban como mariposas cuyas alas son tocadas por las llamas de una vela y que aletean un segundo todavía hechas de fuego y vuelan por el aire un instante interminable antes de arder y consumirse.”
(Ricardo Piglia)
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